Ya he mencionado cómo aprendí
andar en bicicleta, en otros capítulos.
Con caídas, unas tras otras, pero
al fin logré equilibrarme en ella,
cosa que ahora no puedo hacerlo
por problemas de salud, y más el
peligro de tantos vehículos que
transitan por nuestras calles...
Era el año 1999 o 2001, no recuerdo exactamente la fecha, pero no tiene importancia de lo que contaré. Llegó de visita un primo de mi suegro desde Nápoles para conocer a toda la familia que había dejado de ver tantos años. Mi suegro había fallecido en el 88' pero sí se acordaba mucho de él. Después de dos semanas aquí en esta ciudad, el hermanastro de mi suegro, al cansarse de su estadía en la casa, lo trajo como quien trae una valija con ropa, a la casa de su hermana y hermanastra de mi suegro.
Ella como trabajaba y su marido también, en el día quedaba el hombre con la madre de mi suegro, que entre ellos no eran nada. Al segundo día de estar allí, vinieron a nuestra casa para que lo conozcamos y grata fue la sorpresa que se llevó este hombre, cuando mi suegra llama a mi esposo por el apellido y el tío italiano repite el apellido diciendo que su abuela o abuelo tenían ese apellido, llegando a la conclusión que eran primos con mi suegro. Se emocionó tanto que casi llora en ese instante, sacando fuerzas para disimular.
Pasaron los días y él venía cotidianamente a almorzar, a cenar o simplemente a tomar café. Cierta tarde, apareció con un pantalón con el dobladillo descocido y me pidió si se lo podía arreglar. Le dije que sí que para mí eso no era nada. Cuando se lo entregué, se alegró tanto, que llevó su mano al bolsillo del saco y me dio cien dólares que por supuesto no quise recibir. Entonces, puso el billete en mi mano y dijo en italiano: " é il vostro lavoro, te lo meriti". Y se fue a la casa de la tía de mi esposo.
Cuando llegó el momento de su partida para su Italia querida, lo acercamos al aeropuerto de esta ciudad, y casi con lágrimas en los ojos, se despidió con un "ciao" nostálgico. Nosotros lo recordamos siempre con mucho cariño. Y con los cien dólares, nos compramos dos bicicletas, una para mi esposo y la otra para mí. Hoy, que no podemos andar en ellas, no las vendemos porque nos hace recordar al "Zío Yerardo" tan agradecido por algo tan simple, como el ruedo de un pantalón.
Historia verdadera.
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