Año Nuevo.
Nunca me gustaron las grandes reuniones,
será porque siempre estuvimos solos, ya que
mi padre trabajaba en el ferrocarril y justo
para las fiestas viajaba...
Una vez que mi padre se quedó para Navidad, como era costumbre, para el 24 de diciembre a la noche, se había comprado carne de asado y empezó a cocinarlo en el fogón. Casi siempre hacía mucho calor, se cortaba la luz y el agua corriente también.
Mi padre puso los elementos para que se haga el fuego que iba a cocer la carne, la colocó en la parrilla y fue a buscar bebida fresca para combatir el calor. Agua no tomaba, decía que le oxidaba el estómago, bromeaba así, porque le gustaba el vino como era típico de la época.
El vino empezó a surgir efecto, y él no era malo ni decía malas palabras, cuando el alcohol llegaba a la sangre, solo quedaba dormido (casi siempre en la mesa que poníamos afuera en el patio). Esa noche, después de media hora de tener la carne asándose, se cortó la luz, mi padre durmiendo, sin velas! Menos mal que teníamos una linterna y mi madre empezó a alumbrar la carne para verla si se cocía bien.
De repente, la grasa de la carne, empezó a gotear y al caer a las brasas, el fuego se agigantó y la carne se hizo carbón! Mi madre bufaba contra mi padre. Él, durmiendo en lo mejor de los sueños, mis hermanos y yo mirando el carbón que íbamos a comer o no comer...
Mientras otros festejaban, se reían, bailaban, disfrutaban de los fuegos artificiales en el cielo, nosotros comíamos ensalada de lechuga y tomates, después ensalada de frutas, el budín, el pan dulce, los turrones, menos la carne asada! Brindamos a las doce con sidra bien caliente, por culpa del corte de luz y nos fuimos a dormir.
Historia real de la infancia.
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