como nenes, inventan pequeñas
mentiras, para no asistir al colegio,
y algunas circunstancias ayudan
a preparar el terreno...
Cuando tenía siete años, concurría a un colegio de sacerdotes franciscanos, y siempre nos llevaba mi padre en una moto, que no recuerdo la marca, junto con un vecino que iba al mismo grado.
Ocurrió que, cierto día la moto, se descompuso cuando faltaba tres cuadras para llegar. Mi padre, dijo:"-vayan rápido, así no llegan tarde-". Mi amiguito y yo, caminamos hacia la escuela, pero, al llegar a la misma, las puertas de entrada estaban cerradas.
Mi amigo y compañero de aula, me dice en ese momento:-¿y si decimos que no nos quisieron abrir la puerta?... yo me quedé pensando un rato qué hacer... lo que me pareció una buena idea y nos volvimos para nuestras casas.
Al llegar a mi hogar, ¡oh sorpresa! Mi padre me pregunta:¿¡qué pasó?! Y le respondí lo que habíamos acordado con mi vecino y compañero:-no nos abrieron la puerta...- La cara de mi padre estaba tan roja de rabia, como una manzana deliciosa, y nos subió a su moto con rumbo para la escuela, y en un minuto se llegó a la escuela.
Golpeó tan fuerte la puerta, que el sacerdote bonachón preguntó asustado:-¿qué pasa, por qué los golpes tan fuertes?- Yo no sabía qué hacer, pensaba entre mis adentros "tierra ábrete".
Mi papá muy enojado le dice al pobre e inocente sacerdote por qué no nos abrieron la puerta. Y el sacerdote que era tan bueno, le contestó: -los niños no llamaron a la puerta, de lo contrario, estarían adentro...
Vergüenza, desánimo, muchas sensaciones que no me alcanzarían las palabras para describir ese momento. Con dulces palabras de enseñanza, el sacerdote nos dijo:-"recuerden los mandamientos, no mentir, porque la mentira tiene patas cortas"- Mi padre le pidió disculpas porque creyó en nuestra mentira y el sacerdote tan bueno, tan dulce, no le dio importancia. Esto me sirvió de aprendizaje para decir siempre la verdad.
Experiencia personal.
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