un abuelo que en realidad no era
de mi familia.
Sí lo era de parte de una tía, pero
eso no importa, lo interesante de
esto es que a la última visita suya
no lo tomé en cuenta y eso me dolió con
el tiempo...
El abuelo Ochoa, como lo conocíamos a ese viejito lindo y bueno que era, cada vez que venía, nos traía golosinas y nos ponía en las manos algunas monedas de un peso, y nosotros los más chicos, salíamos corriendo al almacén para comprar más golosinas.
Cierta tarde, llegó a visitarnos. Yo estaba estudiando junto a una amiga del colegio, y como todo niño, a veces no toma en serio a los mayores. El abuelo dijo un chiste que a nosotras nos causó gracia. Después, se fue a tomar unos mates con mi madre y charlaron un buen rato.
Antes de irse, el abuelo volvió al cuarto que estudiábamos con mi amiga, y de pronto me dijo:-" Diana, yo me voy a ir lejos... a un lugar que es muy lindo... y no nos veremos más.- Le contesté irónicamente -qué te vas a ir, no digas tonterías! Él se rió, me dió un beso en la mejilla, me acarició la cabeza y se fue.
Pasó un mes, y llegó la noticia que no quería escuchar nunca. De parte del hijo de él, que vivía a unas cuantas cuadras de mi casa, llegó a casa diciendo que el "abuelo Ochoa" se había ido. Cuando escuché eso, le pregunté:-¿A donde se fue el abuelo?...-Al cielo- me respondió. Salí corriendo a la vereda y miré al cielo, buscando a mi abuelo Ochoa, y no lo pude encontrar.
Aquellas palabras que le había dicho, me dolían en mi corazón y no me perdonaba el no escuchar sus palabras. Que importante es escuchar a las personas, cuando están lúcidas, ¿tal vez la muerte avisa?...
Historia verdadera.
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