El viaje de egresados de los
estudiantes, se realiza con el fin
de celebrar la última vez que están
juntos y no en un aula.
Algunos se hacen amigos para toda la
vida, pero otros, no se ven más...
Cuando terminé la escuela primaria, con doce años de edad, el rector del colegio, organizó todo, para ir en el viaje de egresados hasta la ciudad de Tandil, provincia de Buenos Aires. Tuvimos que pagar el viaje con algunas monedas, el precio era muy accesible, así que a las dos semanas antes de finalizar el colegio, viajamos hasta allí.
Mis padres me habían dado algo de dinero, por si lo necesitaba para algo o traer un recuerdo del lugar. Conocimos varias ciudades que, personalmente, no conocía: Tres Arroyos, Necochea, Azul, entre otras.
Por fin llegamos a Tandil, y nos hospedaron en un colegio franciscano, que tenía alumnos pupilos durante el año, y al finalizar las clases, los enviaban a sus respectivos hogares. Para dormir, los varones se hospedaban en un edificio que daba hacia el frente de donde nos hospedábamos las mujeres. Ellos dormían en cama y nosotras en bolsas de dormir en el suelo.
Nos acompañaban tres maestras, la directora, la secretaria, el rector, que era sacerdote y dos conductores del transporte que nos llevó. La primera escena cómica que vi fue la de un compañero que estaba acostumbrado a tener todo servido y cortado en el caso de las carnes. El primer almuerzo fue de chorizos asados con pan, y este compañero no pudo tomar con su tenedor, dicha carne, y el mismo salió resbalando por toda la mesa!
Nos reímos todos a carcajadas, y a él, le dio vergüenza, se puso colorado y la maestra le dio otro que había cortado para él, y así pudo y pudimos comer tranquilos. También en ese lugar, había una gran pileta de natación, y nos habían dicho que lleváramos trajes de baño. La primera vez que fuimos a la pileta, veo una gran damajuana de vino, de unos diez litros, que estaba cerca del rector, el cual se tomaba unos tragos, para calmar la sed y el calor, y también, se arremangó los pantalones, mientras permanecía sentado a la orilla de la pileta.
Lo malo que recuerdo de aquel lugar, la pileta, es que un día, mientras me estaba bañando, alguien me tomó de las piernas debajo del agua, y me empujó hacia el fondo, casi ahogándome. Por suerte, me soltó enseguida y me elevó hacia la superficie, yo no pude ver quién lo había hecho, pero desde ese día hasta que volvimos a casa, quedaba en el borde de la pileta, justo en los escalones.
Llegó el último día de estar en ese lugar, y recorrer toda la ciudad, en primer lugar las iglesias, segundo el Calvario, la piedra movediza, que en aquellos años, ya estaba tirada, el castillo o confitería muy lindo para ver la ciudad. Aclaro: conocimos todos esos lugares en los diez días que estuvimos paseando. Repito, el último día cargamos nuestras valijas al transporte y yo había llevado un par de zuecos nuevos de jean, muy lindos, pero al llegar a Bahía Blanca, no los encontré; alguien los había tomado prestado, apoderándose de ellos.
Siempre recuerdo aquella experiencia: momentos lindos, alegres y otros desafortunados. Para cuando terminé la escuela secundaria, no fui con mis compañeras al viaje de egresadas. Dice un refrán conocido:"un botón, sirve como muestra", un viaje, también...
Historia verdadera. 1972.-
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