viernes, 3 de octubre de 2014

LA PRIMERA BICICLETA


Cuántos golpes hay que darse,
para aprender el equilibrio de
andar en bicicleta.
Mi padre me daba un empujón
sobre el rodado y yo pedaleaba,
pedaleaba, hasta que llegaba al piso...


                                                                    


          Yo tenía alrededor de cinco años, cuando mi padre me compró una bicicleta de varón usada, para que aprenda a usarla. Cerca de mi casa, había una parcela desocupada, y allí practicaba con él, casi todas las tardes.
          Cuando me pareció que podía andar sola, me fui con ella al terreno, me animé a subir y empecé a pedalear. Pero mi recorrido duró lo que dura el viento en un vaso. ¡Pum! al piso. Lloré un poco, porque me dolió el golpe. Me vio un amigo del barrio, el que iba al colegio conmigo, y corrió a ayudarme.
          -¡Dale, subite otra vez, que yo te freno!- me dijo muy convencido de lo que podía hacer. Me paré, volví a subirme a mi bicicleta y empecé a pedalear ligero. Él con sus brazitos flacos, y hasta le podía contar sus costillas, los abrió y se puso frente a mí. ¿Qué pasó? Estábamos los dos o mejor dicho, los tres en el suelo. Él, yo y la bicicleta arriba de los dos, lastimados por todos lados, piernas, brazos y la cara.
          No pasó mucho tiempo, para aprender a equilibrarme en aquella bicicleta, que después me llevó a pasear por todo el barrio, libre y muy feliz, gracias a las caídas.

                                                                      

Historia verdadera.
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