viernes, 10 de octubre de 2014

HISTORIAS DE VECINAS


Siempre hay vecinas y vecinos
que uno sin querer, los tiene
presente.
Esta vecina, me hace acordar
de cosas cómicas que a veces
me río sola....


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          Era una señora mayor, que estando bien y sin enojo, uno podía confiar en ella, pero si algo le caía mal, ¡pobre de él!, lo dejaba por el suelo. Una vez, una de tantas, mi vecina limpiaba la vereda y creía que su vereda era de su propiedad y que nadie tenía derecho de pasar por ella.
          Otros vecinos que alquilaban unos metros más, dejaban un vehículo medio grande, frente a la casa de ella, sobre la calle. Y coincidía la hora que ella salía a barrer. Una tarde, estaba barriendo y llegaron estos vecinos en su vehículo. Esta señora se les puso por delante al vehículo, con los brazos abiertos, como si fuera a atajar semejante vehículo. El que conducía, siguió avanzando, y yo que estaba mirando sin querer, porque salía a hacer un mandado, pensé que mi vecina se correría de allí.
          La vecina diciendo todas clases de palabrotas hacia los vecinos y ellos le decían que la calle era de todos, y que no se iban a correr. Hasta que la esposa del vecino, se bajó del vehículo, y le habló con ternura para calmarla a mi vecina, que estaba con su escoba, la pala y un balde para juntar la basura. Por suerte, los ánimos se calmaron y el vecino dejó su vehículo en otro lugar.
            Otra vez, en el domicilio que alquilaban, llegó una enfermera que vivió durante nueve años, y había instalado un geriátrico con señoras enfermas. Mi vecina, que tenía el tapial bajo, podía ver tranquilamente o espiar qué hacían y qué no hacían en ese lugar, para después contar a las otras vecinas del barrio.
          La enfermera tenía dos hijos pequeños, de nueve y diez años, y ellos apreciaban a sus mascotas, una perra y dos gatos. Los gatos tenían la costumbre de llegarse hasta el patio de mi vecina y hacer sus necesidades. Mi vecina, la ponía furiosa porque no le gustaban los animales. Y siempre rezongaba, rezongaba, y rezongaba, cuando hablaba con ella. Yo le  decía que haga un pozo y enterrara las suciedades de los gatos, pero era tan terca, que quería que esos pobres animales, estén en la casa de la dueña.
          Un día me encuentro con la empleada de la enfermera y me cuenta lo que le hizo mi vecina: le arrojó todas las suciedades que había juntado en un rincón del patio, cerca del tapial. El patio de la enfermera quedó todo sucio, y vino a decirle a mi vecina por qué lo hizo. Respondió: "-Los gatos ensucian mi patio y no quiero que vengan acá-" Y la enfermera le contestó:"- Los gatos son libres, y no puedo ni debo atarlos a un poste, si a usted no le gustan, eso no es mi problema, vaya a un psicólogo! Y nunca más se hablaron.




Historia verdadera. 1998.
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